Una forma de definir la autoestima sana es verla como aquella que favorece el bienestar y el buen funcionamiento psicológico.
El estudio de la autoestima sana como actitud deseable hacia uno mismo tiene sus raíces en planteamientos de psicólogos humanistas y, en la actualidad, se lleva a cabo con metodología científica desde diferentes enfoques.
De forma amplia, se puede definir la autoestima sana, como la actitud positiva hacia uno mismo, que incluye la tendencia a conducirnos – es decir, a pensar, sentir y actuar -, de la forma más sana, feliz y autosatisfactoria posible, teniendo en cuenta el momento presente y también el medio y largo plazo, así como nuestra dimensión individual y social. Según esta definición,
mantener una autoestima sana implicaría:
- Conocernos a nosotros mismos, con nuestros déficits y también con nuestras cualidades y aspectos positivos. Para ello, habría que reducir al mínimo nuestras distorsiones o «puntos ciegos» (características personales de las que no somos conscientes).
- Aceptarnos incondicionalmente, independientemente de nuestras limitaciones o logros, y de la aceptación y el rechazo que puedan brindarnos otras personas, aunque procuremos ir mejorando lo que dependa de nosotros.
- Mantener una actitud de respeto y de consideración positiva hacia uno mismo.
- Tener una visión del yo como potencial, considerando que somos más que nuestros comportamientos y rasgos, que estamos sujetos a cambios, y que podemos aprender a dirigir esos cambios, orientándonos a desarrollar nuestras mejores potencialidades.
- Relacionarnos con los demás de forma eficaz y satisfactoria.
- Buscar activamente nuestra felicidad y bienestar, siendo capaces de demorar ciertas gratificaciones para conseguir otras mayores a más largo plazo.
- Atender y cuidar nuestras necesidades físicas y psicológicas: nuestra salud, bienestar y desarrollo personal; igual que una buena madre atiende las necesidades de su hijo.
Así, en la actualidad, la autoestima, suele conceptualizarse como actitud (o conjunto de actitudes) hacia uno mismo que, lo que implica que incluye tres dimensiones la cognitiva (pensamientos y creencias), la emocional (emociones) y la conductual (conductas o comportamientos).